Desde siempre he sido una mujer que ha hecho todo lo que el mundo le dijo que había que hacer para sentirse feliz y completa.
Me hice experta en controlar que todo saliera siempre bien, sacar las mejores notas desde primaria hasta después de la universidad, encontrar el mejor trabajo y tratar de ser lo más impecable y productiva posible.
Y desde ahí, no te sorprenderá que siempre quisiera controlar más y más las cosas, incluso aunque estuviera agotada y tuviera unos horarios de trabajo frenéticos.
Aunque aparentemente lo tenía todo, no me sentía bien.
Me sentía agotada y vacía.
No podía parar de darle vueltas a las cosas,
incluso entendiendo racionalmente que no debería de preocuparme.
Pero es que no había manera de que esos pensamientos repetitivos
salieran de mi cabeza.
Mi cuerpo estaba en constante alerta, a veces sentía que me faltaba el aire y me dolía el pecho (al principio pensaba que podía ser un infarto, hasta que entendí que era ansiedad). Me dolía la tripa y el corazón me iba a mil por hora.
Lo peor venía siempre a la hora de irme a dormir y nada más despertarme: era como si todos los pensamientos hubieran estado esperando ese momento del día para bombardearme.
Estoy aquí para acompañarte y darte las herramientas que
a mí me hubiera gustado tener para ahorrarme todo el sufrimiento
que me trajo la ansiedad.
En definitiva, contarte lo que nunca nos contaron.